México (PL) Entre tantos acontecimientos que marcaron la vida de México en el año que termina, los terremotos de septiembre dejaron un hito en su historia, con cientos de pérdidas humanas y cuantiosos daños materiales.
El 7 de septiembre ocurrió uno de los terremotos de mayor magnitud de los que se tiene registros en el país. Fue de 8.2 en la escala de Richter y estremeció a los sureños estados de Oaxaca y Chiapas, de los más pobres de la República Mexicana.
Varios miles de viviendas, escuelas, dependencias públicas, negocios, templos y otras edificaciones se vinieron abajo o resultaron afectadas por el movimiento telúrico que cobró la vida de 102 víctimas.
Apenas 12 días después, 19 de septiembre, el presidente Enrique Peña Nieto rendía temprano homenaje desde el Zócalo de la Ciudad de México a las miles de víctimas de otro terremoto, ocurrido en igual fecha, 32 años atrás.
A las 11 de la mañana sonaron las sirenas del sistema de alarma de la ciudad. Eran un simulacro que se repite desde hace años en ocasión de la luctuosa efeméride.
La gente abandonó disciplinadamente edificios, centros de trabajo, escuelas. Luego volvieron confiados y se reanudó la vida.
A las 13:14, hora local, la tierra comenzó a temblar, primero suave y fue ganando en intensidad hasta trepidar con violencia. Las sirenas esta vez no sonaron. El sismo, de magnitud 7.1, tuvo epicentro a apenas 120 kilómetros, en el estado de Morelos, cerca de Puebla.
Decenas de edificios se derribaron en Ciudad de México. Miles de casa quedaron afectadas en Morelos, Puebla, Oaxaca, Tlaxcala y el estado de México. La furia de la naturaleza no perdonó ni a las iglesias. En una de ellas tenía lugar un bautizo, que devino sepultura al caer la cúpula del templo sobre los feligreses.
Así ocurrió en el colegio Enrique Rébsamen, al sur de la capital, donde murieron 19 niños y siete adultos, entre ellos madres y maestras de los estudiantes.
El presidente Enrique Peña Nieto volaba en ese momento hacia Oaxaca para reunirse con autoridades y víctimas del terremoto del 7 de septiembre. Dio orden de regresar a la capital y la sobrevoló para constatar desde el aire los daños.
Más de ocho mil efectivos del Ejército, la Marina, Policía Federal y de otras instituciones fueron desplegados en Ciudad de México, Morelos, Puebla, Estado de México, Tlaxcala, Oaxaca y Chiapas.
Pero la población fue la primera en movilizarse y acudir a los sitios de desastre. Con las manos, cubetas, con lo que fuera, comenzaron a extraer los escombros; a cuerpos inertes, pero también a sobrevivientes.
Resultó encomiable la solidaridad ciudadana, que resultó pionera en la creación de centros de acopio y avituallamiento para las víctimas.
Murieron 360 personas, en un conteo agónico que se extendió por más de dos semanas en torno a los edificios convertidos en montañas de escombros de la capital.
Desde diversas partes del mundo llegaron mensajes de solidaridad y aliento. También arribaron equipos de rescatistas de Japón, Israel, Colombia, El Salvador, Venezuela, Estados Unidos y de muchos otros países.
Cuba mandó sendos aviones: en uno un hospital de campaña y en el otro una brigada médica del contingente Henry Reeve, especializado en situaciones de desastres naturales y epidemias.
Durante más de un mes los cubanos atendieron a miles de personas del istmo de Tehuantepec, desde Ixtepec, Oaxaca, donde instalaron el hospital en un campo deportivo.
Los sismos de septiembre se dejaron sentir en 400 municipios y afectaron a unos 12 millones de personas.
Cuando termina el año las heridas de la fuerza de la naturaleza aún no se cierran. En Oaxaca y Chiapas sigue temblando la tierra y apenas comienza la reconstrucción. El terremoto del 7 de septiembre acumula más de siete mil réplicas.
En la capital del país decenas de inmuebles esperan su demolición y varios miles la reparación.
Miles de estudiantes debieron ser reubicados y son muchas las escuelas que demandan la reconstrucción.
Se estiman en mil 500 los inmuebles con valor patrimonial y cultural dañados por los sismos; la mayoría de ellos son iglesias e incluso palacios de gobierno municipales.
La principal forma de ayuda gubernamental a la población damnificada consiste hasta ahora en un monedero electrónico, una tarjeta con fondos que incluso Peña Nieto ha entregado personalmente para que las familias reconstruyan sus viviendas.
De otro lado la política también ha estado marcada en el asunto.
El secretario de Hacienda y Crédito Público, José Antonio Meade, dejó el cargo para convertirse en abanderado del Partido Revolucionario Institucional (PRI, en el gobierno) para la disputa presidencial del año próximo. Detrás de la jugada está la mano del presidente Peña Nieto.
Otro que se fue del cargo resultó el titular de Educación Pública, Aurelio Nuño, quien dirigirá la campaña de Meade, aunque le dejó a su sucesor la tarea de la reconstrucción de las escuelas dañadas.
Y cuando la Ciudad de México aún muestra las huellas de los sismos, el jefe de gobierno capitalino, Miguel Ángel Mancera, estuvo a punto de dejar el cargo para ir de candidato a presidente por el Partido de la Revolución Democrática, que uno pudo imponerlo en una desdibujada alianza con el Partido de Acción Nacional y Movimiento Ciudadano.
México: la huella de los terremotos
Por Orlando Oramas León